Recuerda

Párate. Quédate quieto. Respira. Mira hacia atrás y date cuenta de todo el camino que llevas recorrido. 
-Qué ves?
-Veo charcos, rocas, piedras...
-Te has dado cuenta?
-De qué?
-Has conseguido superar cada prueba que te ha puesto la vida, simplemente mirando hacia delante, ignorando lo qué puede pasar y sin apartar la mirada de ese destino al que poco a poco te vas acercando.

Porque la vida se trata de esto, de vivirla, de conseguir llegar al final con una sonrisa, de amar y ser amado, de llorar y hacer llorar, de reír y contagiar tu risa, de fastidiarla y hacer de todo por arreglarlo. Puedes pensar que es injusta por lo que te ha tocado, por cómo eres o por cómo son pero tienes que darte cuenta que todo depende de ti y de cómo quieras hacer las cosas. Depende de ti el elegir el camino corto y después tener que enfrentarte a retos peores o simplemente ir viviendo la vida, poco a poco y afrontando el reto que nos supone ya de por sí vivir. No seas tonto, no pierdas el tiempo con enfados absurdos, no te encierres en ti mismo convenciéndote de que todo está mal. Sal a la calle, sonríe, irradia esa felicidad que todo el mundo echa en falta, recuerda, todo se contagia.



                                                 Y siempre ten presente que mientras haya un mañana nada está escrito. 

Valió la pena por esos recuerdos.

Hay momentos del día en los que te invaden los recuerdos. Simplemente aparecen, sin ningún motivo aparente. Te hacen sonreír. Producen una sensación de bienestar, de tranquilidad, de felicidad. Hacen creer que todo sigue igual que antes, que nada ha cambiado. Recuerdas esas conversaciones hasta las tantas que te quitaban el sueño, esas caricias a escondidas bajo la mesa de un bar, esos besos robados por las calles de una ciudad cualquiera, esas miradas cómplices llenas de deseo que sólo vosotros entendíais; te acuerdas de todo.
Ellos no podían comprender las cosas que hacíamos o por qué luchábamos tanto por algo que al parecer nos causaba tanto dolor, porque sencillamente ellos no veían que todo eso valía la pena. Valía la pena por cada lágrima, por cada sonrisa. Valía la pena por todo.
Pero es entonces cuando de repente te das cuenta de que no es verdad, de que nada está igual, y mucho menos bien. Tantas promesas que acabaron en nada. Esas sonrisas se convierten en nudos de garganta, unos nudos tan grandes que hacen que broten lágrimas desordenadas de tus ojos.


Y entonces lloras. Lloras cómo no habíais llorado nunca, y te das cuenta de lo jodida que estás y de qué lo único que te quedan son los recuerdos.