Nada más real que las lágrimas por amor

Y le conoces, y no sabes cuan de importante llegará a ser en tu día a día, y empezais a hablar y nunca se corta la conversación, siempre habláis aunque sea de tonterías, lo único que pretendéis es que no dejar de hacerlo , porque ese momento, el momento de conectaros los dos es el instante donde más sonrisas tienes del día, porque es cuando realmente te sientes bien, te sientes querida. Y empezais a trataros con palabras cariñosas y te empiezas a fijar en él, nunca pensabas que te empezaría a encantar, y a medida que pasa el tiempo vas descubriendo más virtudes que te gustan de él y todos los defectos los vas dejando de lado, y llega el momento, el día en la que esa persona está rara, no muestra ese interés en la conversación y te duele, se te forma un nudo en la garganta, tienes unas ganas tremendas de llorar, de preguntarle el por qué de ese cambio, si ya no le apetece habar contigo, ahí es donde te das cuenta de qie estás atrapado en las ramas del amor, ya no hay salida sin sufrimiento solo queda luchar para intentar que todo salga bien y conseguir salir de esas ramas con los menos rasguños posibles. Pasan varios días y esa persona cada vez está más rara, tú sigues diciéndole palabras bonitas, intentas demostrarle que te gusta pero sin llegar a decírselo directamente, pero su actitud no ayuda sino que cada vez más te deja chafada y te aleja y sin ganas de luchar solo queriendo que las ramas te traguen y desaparezcas pero aun tienes esa mínima esperanza que te dice que es una mala racha, que a él le gustas, que tienes una oportunidad. Pero un día, en una conversación rutinaria lees las palabras que tan destrozada te dejan, él te dice que aun sigue en su cabeza su ex, que no para de darle vueltas al asunto y ahí es cuando se te cae el mundo encima, cuando las lágrimas ya no tienen sonrisa que las frene y caen sin consuelo alguno, cuando te das cuenta de cuan tonta has sido por pensar que había algo especial, que él sentía algo por ti y le contestas seca, dolida, pero él no lo sabe, ni intuye que la razón de esa sequedad es él, y no te entran más ganas sino que decirle lo que sientes por él, lo pilladísima que estás, lo importante que es en tu vida y en ese momento recuerdas aquella frase que ya prometiste una vez y que no la has cumplido: prometo no volver a llorar por ninguno, prometo que solo serán una simple distracción para divertirme, que mi sonrisa no dependerá de ellos... No sabía hasta que punto estaba equivocada... Y ahora ya no hay vuelta atrás.

Dulce melodía.


Las notas se deslizaban por el salón de baile. La música llegaba hasta mis oídos y me acariciaba lentamente. Su sonido me hacía volar hacia el techo y atravesarlo hasta llegar a las estrellas. Sus manos, finas y delicadas, recorrían las teclas del piano con suavidad. Haciéndolo sonar y trayéndome recuerdos que creía ya olvidados.

Su piel. Sus manos.

Pero aquello estaba mal. No eran sus manos las que me sujetaban. Éstas se sentían diferentes, extrañas, más frías y mucho menos delicadas. Miré hacia arriba intentando buscar algo a lo que aferrarme, algo que me resultara conocido. No lo encontré. En su lugar vi un antifaz negro, con plumas alrededor de unos ojos que se veían realmente feroces. Los ojos me contemplaban con un deseo salvaje que me asustaba y a la vez incomodaba. Quería que aquel baile acabara. No podía dejarme arrastrar entre la gente por una persona cuya mirada hacía que cualquier león huyera con el rabo entre las piernas.
Cuando la música por fin cesó, las manos que me sostenían se marcharon, sustituidas por otras más familiares. Más fuertes y reconfortantes, pero a la vez delicadas. Su olor inundó mis sentidos y sólo se oía la cadente respiración que tantas veces había hecho que mi piel se erizara.

Es él.

Por fin me había encontrado, perdida entre la multitud. Ahí estaba él, sabía no me defraudaría. Me prometió buscarme después de tocar esa canción; mi canción. Ésto estaba bien, ésto era lo correcto. Lo que yo buscaba. Lo que yo necesitaba. Con su sola presencia había conseguido que la mirada de aquel hombre quedara olvidada y desterrada al cajón más hondo. Ahora nuestras manos se buscaban, ansiando tocarse. Nuestros ojos fijos en los del otro, jurando siempre encontrarse. Y nuestros labios, unidos; pactando la promesa de nunca jamás separase.

( Laura )